martes, 14 de agosto de 2012

EFEMERIDES DE AGOSTO (II)


12 DE AGOSTO DE 1899

Nace en Leytonstone, Londres, Sir Alfred Hitchcock. Maestro del suspense, ha sido y será uno de los grandes directores de la historia del cine. Un fenómeno cinematográfico y social, que supo cómo llevar al público a colmar las salas sólo para experimentar una hora y media de tensión y de emociones fuertes. A lo largo de los más de cincuenta años que duró su extensa carrera cinematográfica, Hitchcock dirigió largometrajes y series de televisión con los que sentó las bases del cine de suspense. Más que dirigir películas, Hitchcock, dirigía a los propios espectadores, a los que definió como "un gigantesco instrumento que el cineasta puede tocar a su antojo".
Entre sus films más recordados y de visión obligatoria figuran The man who knew too much (El hombre que sabía demasiado, 1934), The 39 steps (39 escalones, 1935), Sabotage (Sabotaje, 1936), Rebecca (Rebeca, una mujer inolvidable, 1940), Suspicion (Sospecha, 1941), Shadow of a doubt (La sombra de una duda, 1943), Lifeboat (8 a la deriva, 1944), Spellbound (Recuerda, 1945), Notorious (Encadenados, 1946), Strangers on a train (Extraños en un tren, 1951), Dial M for a murder (Llamada fatal, 1954), Rear window (La ventana indiscreta, 1954), To catch a thief (Atrapa a un ladrón, 1955), Vertigo (Vértigo, 1958), North by Northwest (Intriga internacional, 1959), Psycho (Psicosis, 1960), The birds (Los pájaros, 1963) y Torn curtain (Cortina rasgada, 1966)

domingo, 5 de agosto de 2012

MARILYN MONROE: La rubia de arriba


Se construyó a sí misma según una premisa sencilla: deseaba ser famosa, sí, pero también aceptada y querida. Y logró ser la mujer más deseada del planeta. Para la industria de Hollywood, sólo fue un objeto. Murió antes de cuenta y, desde entonces, su lugar fue ocupado por un mito cuyas proporciones, hoy, son muy difíciles de definir.

Desde las páginas de Una hermosa niña, el legendario relato/reportaje sobre Marilyn escrito por Truman Capote, Constance Collier, la refinada actriz inglesa que le dio clases de actuación, decía de ella: "Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: solo la cámara puede congelar su poesía".

El pasado 1º de junio, el colibrí en vuelo hubiera cumplido 86 años. Pero como fue hallada sin vida en la madrugada del 5 de agosto de 1962, en lugar de una vieja señora lo que existe es un mito radiante, alimentado por un montón de leyendas cuyas formas con cada vez más difíciles de distinguir. Ese día murió la golpeada Norma Jean Baker para dejar aquí, entre nosotros, para siempre, a la espléndida Marilyn Monroe.

Después del 5 de agosto de 1962 las cosas cambiaron. Más de cien libros escritos sobre su vida en general y su muerte en particular, una tumba pequeña convertida en catedral, un pasmoso tráfico de objetos (desde camas subastadas por 60 mil dólares hasta tazas de 4 dólares y estampillas de 65 centavos) y los más de diez mil archivos de Internet que llevan su nombre se refieren a la mujer inolvidable de todas las formas posibles. ¿Es que Marilyn sigue reclamando ser recordada? Tal vez. Hace un par de años, una encuesta realizada a nivel mundial arrojó resultados sorprendentes: más del 70 por ciento de los hombres encuestados aseguraron "Yo podría haberla salvado". Fantasías redentoras a 50 años de haber pasado a mejor vida.

Abandonada por su padre, violada por un padrastro, hija y nieta de mujeres que acabaron sus días en institutos mentales, casada tres veces (con su vecino Jim Dougherty, el beisbolista Joe Di Maggio y el escritor Arthur Miller), y seducida y abandonada muchas más (los hermanos Kennedy, Sinatra, Yves Montand y otros nombres rutilantes figuran en una lista de dimensiones mitológicas), la eterna Marilyn sigue guardando en su sonrisa la pregunta tan temida, esa que se hizo más de una vez: ¿Vale la pena vivir?

El alma por cinco centavos

No pocas veces aseguró que dejar de ser famosa sería para ella un gran alivio. Que ser Marilyn resultaba para ella una verdadera carga, una tensión excesiva. "Muchos hablan de Hollywood como un paraíso –comentó una vez. Pero en verdad, Hollywood es un lugar donde están dispuestos a pagarte mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma. Hay que entender que no te convertís en una estrella por el solo hecho de salir con un productor. Hace falta más, mucho más..."

¿Qué era ese "mucho más"? Apostaría que Marilyn hablaba de la pérdida absoluta de libertad. Es más, estoy convencido que se refería a la anulación de su condición de ser humano. A estar dispuesto a cualquier cosa para poder trabajar en un film medianamente digno en lugar de limpiar los pisos del estudio. No olvidemos que, por aquellos años, el sistema imperante en Hollywood ligaba a una actriz (o a un actor) a un determinado estudio con contratos de siete años de duración. En ellos, la actriz (o el actor) figuraban como "empleados" de la compañía que los contrataba, sin especificarse de ningún modo qué tipo de tareas deberían realizar. Muchos "rebeldes" echaron raíces mientras esperaban ser convocados a una película. Los productores los ponían en caja con la simple fórmula de dejar correr el tiempo: si querían trabajar, ya podían ir tomando la escoba.

Elia Kazan, quien estuvo cerca de Marilyn mientras ella estudiaba en el Actor’s Studio de New York, la definió como "una chica de corazón honesto a quien Hollywood tiró al suelo con las piernas abiertas". Marilyn siempre peleó para que los capos de la Fox le dieran la posibilidad de leer sus guiones con anticipación y de poder elegir así qué papel aceptar o desechar. La más de las veces perdió. "Quiero demostrar que puedo actuar, que puedo crecer, que puedo pensar, que se leer, que estudio, que soy una mujer como todas… Que tengo ganas, que puedo mejorar, que puedo ser mejor de lo que soy", repetía Marilyn, sólo para que Norma Jean volviera a recibir otra cachetada. Sí, Hollywood la tiró al piso con las piernas abiertas y jamás dejó que se levantara. Para la industria, sólo era la chica tonta, la rubia del piso de arriba.

La libertad de Roslyn

Marilyn entró al mundo del cine por la puerta falsa de Hollywood y –como a tantas otras en sus comienzos sólo recibió papeles insignificantes. Según sus publicistas se encargaban de difundir a los cuatro vientos, su figura "despertaba ansias de deseos irresistibles". Los ejecutivos de la Fox le exigen que acelere sus entrenamientos y debe pasar horas y más horas aprendiendo a provocar con su cuerpo. Por los pasillos, los productores murmuran que es "una rubia hueca" y que "tiene la cabeza llena de hoyos, igual que un queso", mientras expertos en la materia la dirigen como si fuera un títere.

Comenzaron por retocarle el rostro y le tiñeron y alisaron el pelo. Le engrosaron los labios y exageraron el andar de sus caderas obligándola a utilizar un taco de su zapato más alto que el otro. Los modistos desplegaron toda su imaginación para presentarla como una vampiresa de nuevo cuño y sus profesores le enseñan cómo aparecer con un rostro provocador. Y la lanzaron como una mezcla de prostituta y ángel corrompido dispuesta a devorar a todos los hombres. Esa era la clave. Y que no hable nunca. Le cerraron la boca y le abrieron el escote.

Sus primeros films son absolutamente olvidables y sólo se pueden rescatar los pocos segundos que la increíble sonrisa de Marilyn aparece en la pantalla. Recién después de quince películas, con el rodaje de Don’t Bother to Knock en 1952, pudo acceder a un papel de cierta calidad que le exigía poner en juego toda su capacidad de actriz dramática. En muchas de sus cintas, incluso, Marilyn se caricaturizaba a sí misma. Pero su personaje más frecuente es la sencilla, insignificante y vacía rubia de The Seven Year Itch (La Comezón del Séptimo Año, 1955), que se alegra cada vez que un hombre se casa, porque así no sufrirá su tierno corazón al tener que cumplir la desagradable tarea de negarse a sus proposiciones. Para este film, incluso, los guionistas no perdieron tiempo en darle un nombre al personaje de Marilyn: sólo es "la chica". Un ser sin identidad.

Cuando le preguntaron sobre su papel en The Prince and the Showgirl (El Príncipe y la Corista, 1957), Marilyn respondió: "Interpreto a una chica", y a la misma pregunta sobre The Misfits (Los Inadaptados, 1961), replicó: "Interpreto a un ser humano". Sus personajes cinematográficos son siempre cruelmente inexpertos, más una fuerza de la naturaleza que una personalidad consciente y plenamente realizada. Y algo que no pasa inadvertido: todos sus films se centraban sobre la psicología y el conocimiento de los personajes masculinos, a los que ella servía como adorno, y frecuentemente como recompensa por sus éxitos en su condición de varones. A Marilyn no se le permitió nunca interpretar un personaje capaz de madurar o de evolucionar, o cuya inteligencia y sensibilidad  determinase la acción del film. Siempre era la rubia sexy, divertida, inocente, sin ninguna malicia que arrastraba a los hombres a hacer locuras.

La función de la imagen de Marilyn era también la de presentar un ideal de mujer, cuya vida entera se centrase alrededor de un hombre. Permanecía incompleta, a no ser que estuviera con un hombre que fuera capaz de dominarla y al que, por esta razón, ella pudiera admirar. Es el caso de Kay aprendiendo a valorar a Matt Calder (Robert Mitchum) en River of no Return (Río sin Retorno, 1954). En ninguna de sus películas interpretó a un personaje capaz de razonar, tener algún pensamiento interesante o llevar una vida productiva o creativa.

En Dangerous Years (1948) –su segundo film interpretaba a una camarera y en Niagara (1953) –su primer éxito personal a una ex camarera. A menudo era una animadora de music-hall o de saloon, cosa que ocurría en Ladies of the Chorus (1948), All About Eve (Eva al desnudo, 1950), Gentlemen Prefer Blondes (Los Caballeros las prefieren Rubias, 1953), There’s no Busines like Show Business (Luces de Candilejas, 1954), Bus Stop (Nunca fui santa, 1956), Some like it Hot (Una Eva y dos Adanes, 1959), Let’s Make Love (El Multimillonario, 1960) y en las ya mencionadas Río sin Retorno y El Príncipe y la Corista.

Marilyn no vivió lo suficiente para convertirse en la actriz seria que confesaba querer ser. De todo lo que filmó, permanecerán para siempre sus caracterizaciones de la Cherie de Bus Stop y la Roslyn de The Misfits, papeles donde intercaló mucho de su propia personalidad. Fue como Roslyn que, finalmente, conquistó el respeto como mujer. A través de este personaje alcanzamos a comprender en qué medida la extraordinaria lucha de Marilyn Monroe merece nuestro respeto. Y el hecho de que esto suceda en su última aparición en la pantalla (catorce años después de haber iniciado su carrera) indica cuan profundo e irreversible fue el daño que le causaron, haciendo que se burlara de sí misma, caricaturizándola y ridiculizando sus aspiraciones intelectuales y emocionales.

Corolario

Alan Abbott, empleado de la funeraria, escondió el cuerpo en el cuarto donde guardaba los elementos de la limpieza cuando descubrió que la prensa había seguido al coche fúnebre. Pero no pudo resistir la oferta: diez mil dólares por una foto. William Woodfield, fotógrafo del New York Herald Tribune, pudo hacer una toma. Cuando disparó su cámara, el cuerpo sin vida de Marilyn Monroe estaba entre cepillos, escobillones, latas de cera y trapos viejos.

jueves, 2 de agosto de 2012

AMBROSE BIERCE: Conjeturando sobre la Cuarta Dimensión


Por Gabriel Alvarez

Maestro del humor negro y lo sobrenatural, versátil redactor de cuentos, fábulas y reflexiones varias, Ambrose Gwinet Bierce goza, muy a pesar suyo, de un quisquilloso registro de sus actividades durante los setenta años que le tocó vivir sobre este vetusto planeta al que tanto despreciaba, y como una ácida ironía -esa que su inigualable pluma desperdigó magistralmente en infinidad de páginas- aunque se lo considera uno de los mejores autores de nuestro tiempo, su nombre no es el primero que nos viene a la cabeza cuando nos toca enumerar a los grandes narradores norteamericanos como Edgar Allan Poe, Jack London o Mark Twain. Sin lugar a dudas, la suya es una biografía compleja, que escapa a los convencionalismos de otras figuras literarias. Analicemos juntos las siguientes efemérides.

Algún documento perdido en el tiempo ubica su nacimiento el 24 de Junio de 1842, en una humilde cabaña de Horse Cave Creek, en el condado de Meigs, Ohio. Siendo el noveno hijo de un excéntrico agricultor que prefería echarse a leer poesía, antes que dedicarse al intensivo labrado de sus tierras, el absorto pequeñuelo forjo durante su primera infancia un odio compulsivo hacia su familia. Asqueado de la pobreza que lo rodeaba, intenta huir de tan miserable entorno ingresando a la Escuela Militar de Kentucky con apenas diecisiete años. Los alborotados acontecimientos sociales lo obligan a participar en la cruenta Guerra de Secesión Norteamericana (1861-1865), donde cae gravemente herido en la Batalla de Keneseay. Tras recuperarse, marcha hacia San Francisco y comienza a escribir mordaces columnas políticas para los periódicos Argonaut y News Letters, hasta llegar a 1871, año en el que se suceden numerosos hechos trascendentes para el autor. Aparece su primer relato en el Overland Monthly, contrae matrimonio con Mary Ellen Day y se afinca temporariamente en Londres. Si bien se desconocen los motivos de semejante mudanza, consta su participación para las revistas Fun y Figaro con artículos y relatos varios.

El destino, el dinero, o los constantes reclamos de su esposa, lo traen de regreso a San Francisco, a comienzos de 1876, para colaborar nuevamente como jefe de redacción del Argonaut y Wasp, además de encargarse de una columna para el Examiner del célebre William Randolph Hearst -magnate periodístico precursor del amarillismo sensacionalista, sobre el que Orson Welles se basó para moldear su clásico ‘Citizen Kane’. En esa misma época comienza a gozar del reconocimiento de sus pares. Años mas tarde publicaría ‘In the midst of life’ (En medio de la vida, 1891), el primero de sus libros, donde narra principalmente historias de soldados (la mayoría con desenlaces decididamente crueles) ambientadas en la Guerra Civil Norteamericana. Es justamente este libro en particular, el que muchos laboriosos analistas literarios señalan, apresuradamente, como el mas logrado de su obra. Lo cual significaría dejar de lado los ejemplares relatos de índole sobrenatural reunidos en ‘Can such things be?’ (¿Puede ocurrir esto?, 1893) o el mordaz contenido de ‘Devil’s Dictionary’ (El Diccionario del Diablo, 1906).

Todas esas páginas despliegan una vitalidad envidiable, donde el autor plasma brillantemente su fatalismo implacable, haciendo uso de una escritura escueta y precisa, ajustándose al esquema del relato tradicional y narrando situaciones cargadas de contundente violencia. Cubriendo varios estilos, donde siempre ronda lo siniestro y el desprecio absoluto hacia la raza humana, donde seguramente jamás nos encontraremos con un moralista intentando probar lo que fuera a través de sus narraciones. Su maestría reside en comprender al horror como algo innato al hombre, nunca lo cuestiona, simplemente lo evidencia en su magnitud mas cotidiana. Es decir, la mas perturbadora.

Pero tanto prestigio editorial, no le reportaría una vida placentera. Una cruel jugarreta de la muerte -aquella que le pasó tan de cerca durante la guerra- se llevó casi simultáneamente a sus dos hijos adultos, uno víctima del alcohol y el otro herido mortalmente durante una riña. Obviamente, tanta desdicha culminaría en la separación de su mujer, después de dieciocho años de felicidad esquiva. A comienzos de este siglo, atraído por la recién horneada Revolución Mexicana, acontecimiento que probablemente encendió sus adormiladas ansias aventureras o por no estar atado a nada en el mundo, parte hacia las tierras de Pancho Villa en 1913, y desaparece sin dejar rastro, como esfumado en el aire. Desde ese instante, sus andanzas mexicanas han permanecido como un alarmante enigma. Mas alarmante aún teniendo en cuenta la obsesión del autor por las desapariciones misteriosas. Obsesión que lo llevo a publicar unas intrigantes historias, a mitad de camino entre lo periodístico, lo científico y lo narrativo, donde pormenorizaba casos reales en los que varias personas desaparecían bajo condiciones inexplicables.

Ahora bien, si una conocida pareja de expertos investigadores paranormales asevera que nada desaparece sin dejar rastro, el amargo autor yanqui elaboró -para retrucarle a quien lo quisiera, o por el puro placer de especular- una osada teoría donde menciona la existencia de un espacio con mas dimensiones que el ancho, el largo y la profundidad. Una suerte de dimensión paralela. Ambrose afirmaba que dentro de nuestro mundo visible hay lugares vacíos, agujeros a través de los cuales objetos animados e inanimados pueden caer hacia un mundo invisible y no ser vistos u oídos nuevamente, dado que dentro de esa cavidad, donde impera el vacío absoluto, no se darían ninguna de las condiciones necesarias para la acción de alguno de nuestros sentidos. Si algún ser viviente sufriera la desgracia de ocupar sitio semejante -y según Bierce varios la han sufrido, y la están sufriendo en el preciso instante en que te encuentras leyendo plácidamente este artículo-, no podría vivir ni morir, porque tanto la vida como la muerte son procesos que pueden tener lugar sólo donde hay fuerza, y en el espacio vacío no puede existir ninguna fuerza.

¿Debemos suponer, entonces, que el amargo escritor permanece suspendido en una de estas cavidades huecas, sin saber de la lenta revalorización que comienza a tener a un paso de un nuevo milenio? ¿O que sus huesos descansan en algún ignoto lugar, bajo la árida tierra mexicana? Ustedes deciden.

SERIES CLASICAS DE LA TV (I): Muchas leguas a bordo del Seaview


La larga lista de aventuras cinematográficas realizadas por Hollywood e interpretadas por naves submarinas, tuvo también su momento culminante. Y no fue la pantalla grande la que alumbró a la criatura sino la televisión, cuando en los primeros años de la década del sesenta apareció una serie que marcó época en su género y es recordada hoy como un clásico indiscutible: Voyage to the Bottom  of the Sea (Viaje al Fondo del Mar).

Creada y producida por Irwin Allen, padre de otros venerables hijos (El Túnel del Tiempo, Perdidos en el Espacio, Tierra de Gigantes), la serie narraba las aventuras del Seaview, un submarino propiedad del gobierno de los Estados Unidos cuya misión principal consistía en investigar los abismos oceánicos desde un punto de vista científico, a pesar de que muchos de los datos obtenidos por la tripulación devinieran en conocimientos estratégicos de gran valor militar.

El Seaview no era un submarino común y corriente, sino el sueño hecho realidad del almirante Harriman Nelson, su creador. Impulsado por energía nuclear, era un gigantesco navío de 200 metros de eslora, que incorporaba los últimos avances tecnológicos aplicados a la navegación submarina. A menudo, la nave se convertía en el blanco preferido de los buques de potencias enemigas que, conociendo el poder del Seaview, pretendían destruirlo.

Sin embargo, los mayores peligros que enfrentaron los hombres de Nelson a lo largo de los cuatro años que duró la serie fueron los enemigos surgidos de las profundidades del océano: gigantescos monstruos prehistóricos, animales marinos de tamaño descomunal y hasta civilizaciones que habitaban las entrañas del mar. De este modo, la serie entroncaba con el género fantástico, dando lugar a episodios dotados de un atractivo que pocas veces se ha vuelto a ver en la historia de la televisión.

El dúo dinámico de las profundidades

Richard Basehart y David Hedison
Como mencioné, el Seaview era la creación del almirante Harriman Nelson, un veterano marino dedicado en cuerpo y alma a la investigación y responsable también de que las aventuras del submarino llegasen siempre a buen término. Nelson estaba interpretado por Richard Basehart, un actor nacido en Zanesville (Ohio) que, desoyendo los consejos familiares, eligió la actuación en lugar del periodismo y comenzó desde muy temprano, a la edad de trece años, a colaborar con una compañía teatral formada por aficionados.

Más adelante, sus intenciones de trabajar en Broadway lo llevaron hasta la ciudad de Nueva York y en 1945 fue distinguido por la crítica especializada como el mejor actor joven del momento. Interpretó casi todo el repertorio del teatro clásico inglés y era considerado un actor de gran sensibilidad. Con cierta asiduidad, Basehart comenzó a trabajar en cine, destacándose su trabajo en películas tan recordadas como Moby Dick (1956, dirigida por John Huston), Titanic (1953, Jean Negulesco) y Portrait in Black (1960, Michael Gordon).

La carrera de Basehart tuvo también un período europeo. Su calidad actoral llamó la atención de Federico Fellini quien lo llevó a Italia para que trabajara en su film La Strada. Sus trabajos en Europa le permitieron enfrentar las cámaras al lado de reconocidas figuras como Jeanne Moreau, Giulietta Massina y Silvana Mangano. Pero el éxito y el reconocimiento internacional llegaron con su participación en Viaje al Fondo del Mar, serie con la que alcanzó una popularidad sin precedentes.

Para el papel del capitán Lee Crane fue elegido David Hedison, un actor que ya gozaba de cierta fama en los Estados Unidos sobre todo gracias a sus interpretaciones en la primera versión de The Fly y en The Enemy Bellow. El registro interpretativo de Hedison se veía muy limitado por una excesiva falta de matices, pero su metro noventa de estatura, sus ojos verdes y su pelo negro lo convirtieron en uno de los actores más deseados por el público femenino.

Su papel del capitán Crane, antiguo comandante de submarinos bélicos durante la Segunda Guerra Mundial, era el del hombre encargado de todos los aspectos referentes a la navegación técnica del Seaview, en contraposición a las atribuciones del almirante Nelson, dedicado al logro de las misiones de investigación científica.

El resto del elenco estable de Viaje al Fondo del Mar estaba formado por los actores Robert Dowdell (contramaestre Chip Morton), Terry Becker (sargento Sharkey), Henry Kulky (sargento “Chief” Curley Jones), Del Monroe (Kowalsky), Allan Hunt (Stu Riley), Paul Trinka (Patterson), Arh Whiting (Sparks) y Richard Bull (el doctor).

El Seaview: una maravilla submarina

El submarino Seaview era una maravilla de la técnica de la época y sus adelantos se reflejaban en su velocidad de crucero, en su potencia de desplazamiento, en la profundidad de inmersión que alcanzaba y en el tiempo que podía permanecer sumergido. No es estrictamente un navío de combate, aunque como medida de precaución cuente con misiles y torpedos, ya que la naturaleza de sus funciones así lo aconseja, y aunque los hombres que lo tripulan hayan servido en la Marina de Guerra de los Estados Unidos.

Otra de las características que lo diferencian del resto de los submarinos son sus grandes ventanales de observación, que se hallan en la misma sala de mando, donde están instalados el radar, el radio, el periscopio y los distintos sistemas para abrir fuego. Delante de los ventanales hay una escotilla por la que se accede al Aerosub, el minisubmarino volador. Una escalera de caracol conducía a los despachos de los oficiales y a los camarotes de los marineros.

El Seaview contaba también con la sala del reactor, un laboratorio, sala de circuitos eléctricos, sistemas de aire, sala de misiles (con sus respectivos silos), cocina y una esclusa para buceadores. Cada sector del submarino se conectaba con los restantes a través de pasillos y escaleras. Junto con la inmensidad del mar, este era el escenario principal donde se desarrollaba cada uno de los episodios de la serie.

El motor de la nave

Irwin Allen
El alma del submarino protagonista de Viaje al Fondo del Mar fue sin duda su creador, Irwin Allen. Oficiando de productor de la serie, Allen supo rodear a la cinta de los elementos que le dieron fama mundial y eligió algunos de los mejores guionistas con que contaba por aquel entonces la televisión norteamericana: Don Brinkley, Alan Caillou, Raphael Hayes, Robert Wright y William Woodfield, por citar sólo una pequeña parte del equipo que imaginó cada aventura del Seaview.

Las historias creadas por estos guionistas fueron muchas veces tan absolutamente increíbles, incluso para un producto del género fantástico, que actualmente pueden llegar a provocar la risa de los nuevos espectadores. Sobre todo, merece destacarse la colección de monstruos aparecidos a lo largo de la serie, encargados de darle un cierto toque kistch.

En el rubro directores, Harry Harris, Sobey Martin, Justus Addiss y Jerry Hooper fueron algunos de los realizadores que plasmaron las historias en cada uno de los 110 episodios de vida de Viaje al Fondo del Mar. Por otra parte, la música de la serie contó con importantes compositores de bandas de sonido. El tema principal de la serie (The Seaview Theme) fue escrito por Paul Sawtell. Un arreglo más oscuro se conoció al iniciarse la segunda temporada (en el episodio "Jonas y la ballena", compuesta por Jerry Goldsmith), pero ésta fue rápidamente reemplazada por la versión original. Otros compositores que participaron de la banda de sonido fueron Lionel Newman, Lennie Hayton, Hugo Friedhofer, Alexander Courage y Morton Stevens.

Por Viaje... desfilaron un puñado de actores y actrices que años después serían conocidos personajes del cine y la televisión. El apartado estrellas invitadas, otra muestra de la calidad de la serie, contó con Viveca Lindfords, Robert Duvall, Barbara Bouchet, Robert Loggia, Linda Cristal, Jill Ireland, John Cassavettes y Tom Skerritt, entre otros.

La primera aventura

En 1961, Irwin Allen estrenó el film Voyage to the Bottom of the Sea (Viaje al Fondo del Mar), una película que combinaba desastres, un submarino del futuro, algunos actores de renombre, personajes heroicos, increíbles efectos especiales y un excelente trabajo de fotografía de miniaturas a cargo de L. B. Abbott. El éxito de la película llevó a Allen a guardar los decorados, miniaturas y metraje sobrante para una futura serie de televisión: no se equivocó.

Seguramente, la primera etapa de la serie, rodada en blanco y negro, fue la más fértil en imaginación y recursos. Los episodios alcanzaron un clima de auténtica claustrofobia, en un espacio cerrado como es un submarino, acompañado de intrigas de guerra fría entre comunistas, chinos malvados, sabios locos que querían adueñarse del mundo, dictaduras latinoamericanas y sus correspondientes golpes de estado, conflictos con la tripulación y guerras nucleares a punto de estallar y evitadas a último momento. Como se ve, toda una serie de episodios muy entretenidos que colocaron a Viaje... entre lo mejor del año 1964 en la televisión americana.

Para cuando se inició la segunda temporada, la serie presentó algunos cambios, tanto en el reparto como en el submarino: el sargento Curley Jones desapareció debido al fallecimiento del actor que lo interpretaba (Henry Kulky) y su lugar fue ocupado por el sargento Sharkey (Terry Becker). También se integró el marinero Stu Riley (Allan Hunt), un muchacho con pasado de surfista en las playas de California. El Seaview fue renovado y dotado de un minisubmarino con forma de platillo volador (el Aerosub) que también podía desplazarse por el aire. El otro gran cambio operado durante el segundo año de Viaje... fue el añadido del color.

El agotamiento imaginativo de algunos guionistas se hizo evidente durante la tercera temporada: las aventuras comenzaron a pasarse de fantásticas alcanzando ribetes francamente delirantes. Con historias que rayaban en la ridiculez, fue a fines de 1966 cuando se puso en duda la continuidad de la serie por parte de la productora, en vista de los resultados de audiencia que tenía la cadena ABC. Estas dudas se concretaron en los episodios, con la aparición de toda una legión de monstruos y aliens sin ningún tipo de fundamento ni argumento convincente. Hubo de todo: hombres lobo, hombres peces, fantasmas, marcianos y momias.

Regreso a las fuentes y despedida

Para la cuarta temporada, Viaje al Fondo del Mar volvió otra vez a los argumentos de calidad del primer año. Y esta vez hubo un desfile de figuras con situaciones más propias de una realización seria. Pero no obstante esta etapa iba a ser la última.

El cansancio de los actores principales después de cuatro años de producción ininterrumpida, así como su miedo a que los encasillaran dentro de sus personajes, que es -en definitiva- lo que le sucedió a Richard Basenhart y David Hedison, provocaron, en 1968, la cancelación de una de las series de mayor éxito en la televisión de los ‘60.

FICHA TECNICA:
Título original: Voyage to the Bottom of the Sea
Creada por Irwin Allen
Canal ABC (cuatro temporadas)
Primera emisión: 14 de septiembre 1964
Ultima emisión: 31 de marzo de 1968
Total de episodios: 110
Duración: 60 minutos (incluyendo comerciales)

ENYA: La poesía celta


Escuchar a la irlandesa Enya (Eithne Ni Bhraonain de nombre real y oriunda de la ciudad de Gweedore) es entrar a un mundo de impresiones poco usuales en la música. Es hacer un viaje introspectivo a través del tiempo y del espacio vibrando con las sonoridades atmosféricas que contienen cada uno de sus trabajos. Enya sorprende desde un principio por su extraña sonorización, por esa mezcla de música antigua con moderna, por esos coros que parecen lamentos, por ese idioma traído de tiempos lejanos. Y no sorprende menos su capacidad creativa, muy lejos del patrón que han impuesto las cantantes aparecidas en las últimas décadas.

Cada canción de Enya es el equivalente a un cuadro de la corriente impresionista, porque efectivamente, cada track de sus discos refleja sensaciones y estados de ánimo, donde el agua, el cielo, los bosques, los amantes y los fantasmas de los recuerdos están presentes, así como la nostalgia permanente de ese deseo incógnito que busca el hombre en la vida. En suma, todo en Enya deja traslucir una sola cosa: talento. Su estilo diferente, único y muy personal nos trae esa sensación de que por primera vez estamos conociendo la música.

Ya desde aquel primer single que la lanzó a la fama –‘Orinoco Flow’– esta joven de tez blanca casi transparente y enormes y hermosos ojos verdes demostró su capacidad para hacer todo: voz principal, coros, instrumentación, arreglos… Buceando en el pasado y las leyendas que pueblan Irlanda, donde hundió las raíces de su música, ha extraído de los teclados una magia inusual. Lamentablemente, los trabajos de Enya han sido etiquetados por los capos de la industria discográfica con el polémico y flojo adjetivo de “new age”. Para ser justos, la fusión de distintas corrientes musicales que nos propone esta artista –propuesta musical a la que ninguna otra se parece– es difícil de clasificar. Sí puedo asegurar que hace música para paladares exquisitos.

Tal vez sea momento de hacerle caso a la propia compositora cuando pide a su público que no ponga etiquetas a su trabajo y que sólo “sienta” su música. Y hay un método para acercarse a una mejor definición de su obra: sentarnos en un cómodo sillón y escuchar algún disco de su enorme lista de trabajos. Dos de ellos pueden hacer más fácil la tarea: el multipremiado Memory of Trees (1995) y Watermark (1988). La reacción natural del cuerpo y la mente definirán cuál es la impresión personal de sus álbumes. Tal vez así se consiga lo que la misma cantante propone: lograr que sea uno, por sus propios medios, quien se entregue al placer de vagar por los rincones del alma.

Si bien viaja con el paisaje de su isla natal a cuestas, con la casa de campo en la que se crió junto a sus cuatro hermanos y sus tres hermanas y con las noches de melodías gaélicas en la piel, Enya siempre se ha mostrado distante con la prensa y –aunque correcta en el trato– deja pocas ranuras para espiar su personalidad. Insiste en preferir que se la conozca por su obra, a la que suele definir como "un diario musical". En este sentido, la ha hecho verdaderamente feliz que la gente haya conocido sus canciones antes de saber quién era ella. Es algo que se impuso como obligación desde el principio: no ofrecer un perfil personal al público. No da muchas entrevistas, hace pocas promociones de sus discos y nunca ha salido de gira ni dado un concierto en vivo.

La aparición del álbum Watermark fue un éxito meteórico en las listas de ventas británicas. Era la época del éxito arrollador de U2 y todas las bandas de Irlanda se volcaban al rock. "Lo que yo hacía era completamente distinto y no quise escuchar la opinión de nadie sobre mi material –dijo una vez–. Hay que ser muy fuerte para ser fiel a tus convicciones porque cualquier comentario negativo puede llevarte a abandonarlo todo. Para mí fue muy difícil. Escuchaba la radio y nunca oía algo parecido a lo que yo estaba haciendo en el estudio. Entonces me entraba el pánico: ‘¿Llegará a interesarse alguien por mi música?’. Por eso estoy tan fascinada con la reacción del público ante mis discos, no sólo en Irlanda, sino en todo el mundo. Es una satisfacción ver culminar una aventura tan arriesgada".

Le gusta registrar sus canciones en tiempo real, "para que no pierdan sentimiento" y hoy por hoy, la pasión de su vida es clara y firme: "Todo lo que no sea música carece de importancia para mí. La música, como la vida, es una sucesión de emociones".

El repertorio de la cantante irlandesa está formado por baladas (o casi) cantadas en inglés y gaélico, y estas últimas suelen ser genuinas canciones irlandesas ideadas por ella, y el mejor material de sus grabaciones. Y como es una ejecutante de cierta valía siempre incluye algunos temas instrumentales en sus álbumes. Muchos de sus temas (‘Caribbean blue’, ‘Book of days’, ‘Storms in Africa’, el ya mencionado ‘Orinoco Flow’) se han hecho ciertamente populares, pero hay cortes más hermosos en sus espléndidos discos. Sus letras –a pesar de la quietud de las canciones– poseen una tremenda profundidad. La melancolía que anima a Shepherd Moons, el perdón dentro de The Memory of Trees o la duradera trascendencia de Watermark son sentimiento en estado puro, articulados a través de los paisajes sonoros que ella crea.

Y el secreto definitivo de la fórmula es la voz acariciadora y vaporosa de Enya. Casi jugo de poesía.

EFEMERIDES DE AGOSTO (I)


2 DE AGOSTO DE 1976

Muere en Los Angeles, Estados Unidos, Fritz Lang (Friedrich Christian Anton Lang), director de cine de origen austríaco que desarrolló su carrera artística en Alemania y en Estados Unidos. Fue uno de los principales artífices del género conocido como cine negro y está considerado como uno de los grandes cineastas de la historia del cine, a la que contribuyó con clásicos films como "Dr. Mabuse der Spieler" (1922), "Die Nibelungen" (Los Nibelungos, 1924), "Metrópolis" (1927), "Die Frau im Mond" (La mujer en la Luna, 1929) y "M, el vampiro de Düsseldorf" (1931). De su etapa en Hollywood destacan "The Return of Frank James" (1940), "Man Hunt" (El hombre atrapado, 1941), "Ministry of Fear" (El ministerio del miedo, 1944), "The Woman in the Window" (La mujer del cuadro, 1945) y "Clash by Night" (1952).