miércoles, 26 de septiembre de 2012

El canto de cisne de The Beatles


El álbum grabado en un período de dos meses y una fotografía de cuatro músicos cruzando una calle, se transformaron en un tributo permanente al edificio donde el sello EMI tenía sus estudios: una pieza de arquitectura ubicada en el número 3 de la calle Abbey Road, en el norte de Londres. A partir de la aparición de ese álbum, la construcción del siglo XIX se transformó en un lugar internacionalmente famoso al igual que cualquier dirección presidencial o residencia real.
Después de haber sido estos estudios, por cerca de siete años, el lugar de trabajo donde los Beatles hicieron sus grabaciones, tal vez como un posible agradecimiento final, el grupo llamó al último álbum que grabaron juntos Abbey Road. Fue editado el día 26 de septiembre de 1969, permaneció 87 semanas en las listas de ventas de Estados Unidos e Inglaterra y para cuando salió a la venta, los Beatles prácticamente ya no existían como grupo, dado que la última vez que los cuatro músicos estuvieron juntos en un estudio fue el día 20 de agosto de 1969 durante el mezclado final del álbum.
A pesar de lo cercano de la separación y de los comentarios que afirmaban que John, Paul, George y Ringo no podían tocar más juntos, los Beatles ofrecieron en el álbum muchos de los mejores temas de su carrerra y, en el lado B del disco, un "medley" de siete temas en el cual sonaban como hacía tiempo no ocurría. De esta manera, los músicos demostraron que no había razón para pensar que fuesen incapaces de crear más de lo mismo.
Tal vez el aspecto más impresionante de Abbey Road fue la continua evolución musical que revelaba. Si bien es cierto que exhibía los elementos que habían impulsado de un modo extraordinario el ascenso del grupo (las composiciones Lennon-Mc Cartney, la mano de George Martin detrás de la música, la química de los cuatro músicos), Abbey Road no era un mero refrito de glorias pasadas. Canciones como Come together (Vengan juntos) y Here comes the sun (Aquí llega el sol) eran creaciones únicas imposibles de olvidar. Y la secuencia de temas que convertían a la cara B en una pieza musical ininterrumpida ilustra el hecho de que los Beatles seguían siendo unos pioneros que inventaban reglas nuevas a medida que avanzaban. Abbey Road demostraba que los Beatles seguían ocupando un sitio único y que eran artistas en evolución, avanzando, desarrollándose y mejorando hasta el final.
Aunque en general Abbey Road es considerado un álbum de mucha potencia, su calidad completa suele pasar desapercibida en los libros sobre los Beatles. En la mayoría de los relatos, la narración a estas alturas está tan centrada en la separación inminente del grupo que la música se pierde en el torbellino de quien podría haber estado peleando con quién. Lo realmente notable de este período no eran las tensiones interpersonales del grupo sino cómo la música sobrevivió e incluso floreció a pesar de ellas.
Como Lennon señaló en una oportunidad, era como si los Beatles sólo fueran los canales para una fuerza musical mayor, en la que las desavenencias del grupo no importaban lo más mínimo y que estaba decidida a abrirse paso en el mundo fuera como fuese. En primer lugar, era la química especial de los Beatles la que permitió que la fuerza se abriera paso y ahora el flujo no se detenía sólo porque a veces los muchachos no se pusieran de acuerdo. En efecto, fue durante la grabación de Abbey Road cuando George Martin manifestó aquello de la "presencia inexplicable" que se experimentaba en una habitación siempre que los cuatro Beatles estaban en ella. Tanto si les gustaba como si no, al final la música era algo más grande que los cuatro.

martes, 4 de septiembre de 2012

EL REGRESO DE OSIRIS: El comic perdido y encontrado



Tenía 12 años recién cumplidos cuando descubrí en el diario Clarín una historieta que llamó inmediatamente mi atención: era argentina pero ambientada en el espacio (¡increíble!), había muchas naves y platos voladores, la historia era compleja y muy original, los ojos de algunos personajes metían miedo de verdad y –un detalle no menor- la gran mayoría de los extraterrestres urlánidas eran mujeres espectaculares. Se llamaba «El regreso de Osiris», la historieta argentina de ciencia-ficción que se publicó entre el 1 de julio de 1973 y el 12 de febrero de 1979, cuando fue interrumpida debido al fallecimiento de su autor. Como suele ocurrir, desde ese momento ambos quedaron en el olvido. La tira jamás fue republicada.

Coleccionista y amante de los comic, busqué durante años la manera de sumar a mi colección la historia de Contreras. Pero el paso de los años parecía haber provocado un gran agujero negro que se había tragado todo. Es más, nadie parecía recordar a «El regreso…» ni a sus personajes.

Hace unos pocos años atrás, tuve la suerte de entrevistar a Horacio Lalia, el gran historietista argentino que, habiendo dejado su residencia en París por unas semanas, se encontraba en la Argentina para dictar unos talleres. En un momento de la charla, hablando sobre las historietas que más nos gustaban, le mencioné «El regreso de Osiris». Lalia me respondió: «¡¿Te acordás?! Es cierto, ya me había olvidado de esa tira. Sí, era buenísima. Lástima que el trabajo de Contreras se perdió».

Lalia acababa de firmar el certificado de defunción a mi búsqueda. Pero no dejé de ponerme contento: ya éramos dos los que recordábamos la saga de los urlánidas.

Alberto
       
Hijo de un dibujante de los diarios La Razón y Noticias Gráficas que supo inculcarle el amor por los libros de aventuras, astrónomo aficionado, estudiante autodidacta de Historia Antigua y maquetista naval, Alberto Contreras fue subteniente de reserva de tropas esquiadoras andinas, obrero de la obra del Dique Cabra Corral en Salta; vendedor de estaño en esa misma provincia y en Jujuy; obrero textil; mozo y vendedor de sándwiches en trenes de larga distancia; armador de tipografía; diagramador y ayudante de fotógrafo hasta que comenzó a trabajar como guionista en Editorial Columba, para las revistas D’Artagnan y El Tony. Allí, bajo diecinueve seudónimos distintos, publicó estupendos guiones de guerra.

Pero su obra más impactante fue «El regreso de Osiris», la primer «space opera» argentina. Porque «El Eternauta» de Oesterheld transcurría en la Tierra y Contreras llevó a sus personajes criollos a todos los planetas del sistema solar. Su epopeya de Osiris (el regente urlánida que quería dejarles la cultura de su raza extraterrestre a los humanos, para que estos siguieran con su tarea de buscar la verdad absoluta) apasionó entonces a miles de lectores desde el primer día.


En «El Regreso…» los urlánidas reclutaban a «voluntarios» extraterrestres para que tripularan sus platos voladores de exploración. ¿Cómo lo hacían? Podían prever el futuro con cinco horas de anticipación. Sabían cuando un ser humano iba a morir por un accidente o enfermedad, entonces iban, lo salvaban de la muerte y lo convertían en uno de ellos, otorgándole la posibilidad de vivir 400 años más.

La historia de Osiris estaba plagada de misticismo y había constantes referencias religiosas. Gran conocedor de temas bíblicos (Contreras era Testigo de Jehová), acudía a las citas místicas con frecuencia. En la tira se menciona a Dios por su nombre hebreo, Jehová. Y en el episodio número 9 («Los Juegos»), Astrafé fue «clonada» y resucitada a partir de unos fragmentos de cuero cabelludo. Cuando le preguntan qué sintió mientras estaba muerta, explicó: «Lo que dice el Libro. Nada. Absolutamente nada». Eso está en sintonía con los textos del Eclesiastés 9:5 y 10 donde dice: «Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto».

El 12 de febrero de 1979, los lectores de Clarín recibieron la mala noticia: Alberto había fallecido víctima de un derrame cerebral, a los 36 años. El último cuadro de la tira decía:  «Alberto Contreras, el autor de esta fanta-ciencia, ha dejado de existir ayer, víctima de un derrame cerebral. Su esposa nos ha hecho llegar un mensaje que Contreras redactó premonitoriamente y que expresa lo siguiente: ‘Perdón, lector, el cerebro y la mano que guiaban a Osiris se han detenido. Quiera Dios que algún día podamos reencontrarnos. Gracias’».

Más allá de la mala noticia que significó la desaparición de Contreras, aquel último mensaje dejó un halo de misterio. ¿Contreras era consciente de su inminente fallecimiento? Hoy el episodio está aclarado. El fallo cardiovascular que golpeó al joven autor se manifestó de forma absolutamente repentina y fulminante, sin darle tiempo para ninguna despedida. Fue su esposa quien escribió el mensaje póstumo, pensando que de esa manera interpretaba el deseo que Alberto no pudo concretar por falta de tiempo.

Por la vuelta

Sebastián Masana (hijo del recordado Gerardo Masana, fundador de Les Luthiers) tenía 12 años cuando se encontró una mañana con el abrupto final de «El regreso de Osiris». Para él fue un golpe difícil de asimilar: hacía apenas un año que había descubierto la tira de Contreras en Clarín y desde entonces las recortaba prolijamente y las pegaba en un cuaderno. Desde aquel día tuvo dos obsesiones: poder leer la serie completa y ayudar a difundirla.

En 1997 ingreso como becario a Clarín y allí conoció a Enrique Machado, un hombre de setenta y pico, que había sido amigo personal de Contreras, quien le aportó dos datos valiosos: que el diario no tenía archivados los originales de la tira y que el autor de «El regreso…» tenía dos hijos. Así, Sebastián tomó la decisión de crear un sitio en la entonces incipiente Internet dedicado a la historia de los urlánidas, con la esperanza de encontrar otros seguidores, pero sobre todo con el anhelo de que alguna vez algún familiar del autor descubriera el sitio y se pusiera en contacto con él.

Pasaron siete años. Sebastián recibió centenares de mails de otros tantos lectores que –como él– habían coleccionado la tira, muchos de ellos, argentinos que vivían en el exterior. «Hasta que un día ocurrió algo fabuloso –cuenta Sebastián–. La hermana de Alberto vio mi sitio y me escribió emocionada y agradecida. A través de ella conocí al hijo de Contreras. Todo esto fue maravillosos, pero vino acompañado con la confirmación de que todos los originales de ‘El regreso de Osiris’ se habían perdido definitivamente».

A fines de 2006, el dibujante de historietas Osvaldo Greco y el coleccionista de comic Osvaldo Felbapov, descubrieron el sitio y le aportaron a Sebastián sus colecciones de tiras que habían mantenido celosamente guardadas por más de 30 años. «Me puse entonces a escanear todo ese material junto con el que yo tenía. Y le propuse a Eduardo Carletti, el director de Axxon, el portal de ciencia-ficción más importante de Iberoamérica, publicar la tira diariamente en su sitio. La idea le encantó y ‘El regreso…’ reapareció en febrero de 2008. Además, Carletti decidió albergar bajo el portal de Axxon el sitio de Osiris, dotándolo de un mejor diseño y una mayor facilidad de navegación», recuerda Sebastián.

Algunos lectores se muestran molestos por el hecho de que se publique una sola tira diaria: a este ritmo, señalan, se terminará de leer recién en el 2014. Pero para Sebastián la respuesta es simple: hay detrás un arduo trabajo logístico. En primer lugar, conseguir las tiras (lo hacen fotocopiando los microfilmes de la hemeroteca del Congreso), después escanear esas copias y realizar un profundo retoque y, finalmente, la reescritura de muchas de ellas. «Hay que recordar que estamos hablando de un material impreso en papel de diario hace 30 años. Y todo el proceso recae sobre dos personas –dice Masana–. Pero, por otro lado, ‘El regreso de Osiris’ nació para ser publicado diariamente y nos parece interesante que las nuevas generaciones de lectores puedan vivirlo tal como lo vivimos nosotros en su momento: de a una tira por día con la ansiedad de que llegue el día siguiente para ver como sigue la historia».

“El regreso de Osiris” puede seguirse diariamente en http://axxon.com.ar/osi/princ.htm Allí también puede verse las tiras ya publicadas. El sitio sobre la historieta está en http://axxon.com.ar/osiris/osiris.htm

Visítenlo, vale la pena. Yo ya lo hice y gracias a las nuevas tecnologías, al entusiasmo de un grupo de lectores y a que el sitio permite descargar los contenidos, mi colección sobre “El regreso de Osiris” está completa. Lo que se dice todo un final feliz para una búsqueda que me llevó 40 años.

HÉCTOR GERMÁN OESTERHELD: El compromiso a cuadritos


Es reconocido como el más importante guionista argentino. Creador de un nuevo estilo, en la narración y en el tratamiento de los personajes, es autor de algunas de las obras más importantes de la historieta argentina y fundador de dos de las revistas más significativas de ese género: Frontera y Hora Cero. A 35 años de su desaparición en manos de la dictadura, vale la pena repasar una obra que nos dejó mucho más que un puñado de protagonistas entrañables.


Como una más de las tradicionales figuritas redondas de fútbol que poblaron la niñez de los que ya tocamos los cincuenta, allá por 1971 aparecieron en los kioscos los sobres de “Súper Fútbol”. La gran novedad (y verdaderamente lo era) consistía en la inclusión de unos tarjetones gigantes, tipo postal, de cartón grueso y duro que incluían a los jugadores y equipos del momento más algunos automovilistas (pocos) y boxeadores (los menos). Según se leía en el sobre, podíamos encontrar dentro de cada paquete un tarjetón, dos redonditas (soñando que alguna vez nos tocara la “difícil”: Piris, el jugador de Platense) y otra figurita, cuadrada, que nos sonaba “descolocada” en aquél universo deportivo: una invasión alienígena a nuestro planeta.

La serie se llamaba “Platos voladores al ataque” y constaba de 100 imágenes rectangulares de cartulina. En el frente, un hermoso dibujo a todo color del maestro Alberto Breccia comenzaba a armar la historia. En el dorso, se iba desarrollando el tema, recurrente en la carrera de Héctor Germán Oesterheld, guionista y la otra mitad creativa de esta obra. Recuerdo que con mi hermano nos preguntamos más de una vez qué demonios tenían que ver los platos voladores con Silvio Marzolini (entonces defensor de Boca) o con el “Trueno Naranja”, el auto con que Carlitos Pairetti se cansó de ganar carreras. Mis diez años no me permitían leer entre líneas pero sí emocionarme con aquellos hechos fabulosos que se narraban, con las traiciones, los experimentos, los mártires y –por supuesto– la victoria final de la resistencia criolla contra el invasor extranjero.

Supongo ahora que Oesterheld era muy consciente de aquél extraño encargo y del tipo de público al que iba a ir dirigido su nuevo trabajo. Es cierto que su relato de corte épico, con un lenguaje directo y sencillo, rendía homenaje a los grandes maestros de la ciencia-ficción (el H. G. Welles de “La guerra de los mundos” y el Julio Verne de “Veinte mil leguas de viaje submarino”), pero también es cierto que era una historia que estaba muy ligada a los tiempos políticos que vivía nuestro país por aquellos años.

Rebobinemos: corría 1971 y la Dictadura militar autodenominada “Revolución Argentina” estaba ya dando pasos en retirada, empujada por las luchas populares, uno de cuyos principales acontecimientos fue el “Cordobazo” de mayo de 1969. En ese contexto, Oesterheld comienza a desarrollar “Platos voladores al ataque” y desplegando su mejor técnica consiguió involucrarnos a todos los pibes en esa lucha por la supervivencia de los seres humanos, hartos ya de ser explotados por el invasor.

¿Sólo por casualidad los personajes de esta historia eligen una y otra vez el sacrificio? ¿Sólo por casualidad Oesterheld bautiza “Montonera” a los poderosos cohetes con que responden los terrestres? “¡Ahora hay que pensar en la reconstrucción! ¡Haremos una Tierra más hermosa que antes!”, se leía en el dorso de la figurita que cerraba la historia. El dúo increíble de la historieta argentina une entretenimiento, ficción, realidad y compromiso y –como nadie– se lo sirven a una generación de chicos para que empiecen a pensar de qué va la cosa.

Una aventura interior

“Nunca me dio vergüenza escribir historietas” – afirmó Oesterheld en una excelente entrevista que le hicieron en 1975 Carlos Trillo y Guillermo Saccomano. Y agrega: “La historieta es un género mayor. Porque, ¿con qué criterio definimos lo que es mayor o es menor? Para mí, objetivamente, género mayor es cuando se tiene una audiencia mayor. Y yo tengo una audiencia mucho mayor que Borges. De lejos. Y estoy seguro que Borges también hubiera querido escribir guiones. Como tantos escritores argentinos”.

Reconociéndose influido por el Séptimo Arte (“desde John Ford a Antonioni”), no tardó en comprender dos cosas. La primera, que tanto el buen cine como la buena historieta son imagen. De esta manera, cuando le dieron piedra libre, trabajó las historias con poco diálogo y mucho dibujo. Las más de las veces los textos cumplían funciones muy precisas: daban cambios de tiempo, de clima, de ánimo. La segunda, que ambos medios son vehículos fantásticos para pintar la realidad de una sociedad. Como historietista, Oesterheld no dudo en jugar su compromiso con determinados valores sociales a través de su trabajo. Basta un ejemplo: nunca escribió una historia decididamente a favor de la injusticia.

“Una vez me pidieron una historia de la Legión Extranjera. Hasta me habían conseguido la documentación y todo: un libro en francés con historias verdaderas de la Legión. Y yo lo leí de punta a punta. Y contesté: ‘Pero ésta es una historia con héroes que son todos unos hijos de su madre, mercenarios, ladrones’. Y me negué a hacerla. Es que uno lee esas historias de la Legión, como Beau Geste, y se da cuenta de otras cosas. Y uno ve a los tipos esos peleando desde el fortín y a los otros, los que atacan a cuerpo descubierto. El coraje que hace falta para salir a la arena y venir a atacar ese fortín… ¿Dónde se le va la simpatía a uno? La simpatía se le va con el pobre ensabanado que viene ahí a atacar”.

Estaba seguro que –algún día– iba a ver concretada una historia que le atraía mucho y a la que sentía como una necesidad: la Guerra del Paraguay. “Con quien hablamos alguna vez de encararla fue con Solano López, quien, da la casualidad, desciende del caudillo paraguayo. En la Guerra de la Triple Alianza hay mucha riqueza. Entra todo. Y refleja, además, una problemática muy actual, que hoy vivimos”, decía en la entrevista ya citada. Oesterheld se sentía igual de cómodo trabajando con el pasado como con la ciencia-ficción: “Se puede decir muchas cosas, se puede metaforizar, aludir a lo de todos los días poéticamente. Son la pura imaginación”.

Este esfuerzo permanente de Oesterheld por dotar a sus personajes de toda la humanidad posible fue una constante de las historietas que creó. “Sargento Kirk”, una de las más famosas, se inició el 9 de enero de 1953 y contaba con los dibujos del genial italiano Hugo Pratt. Kirk es un desertor del famoso 7º de Caballería estadounidense. Asqueado de la inútil matanza contra los indios, sus principios lo hacen renegar de su pasada vida. El tratamiento innovador dado por HGO a la historia, los valores atípicos y novedosos para el género, convierten a este protagonista en una bisagra, un punto de referencia para la historieta realista.

A partir de allí, comienzan a aparecer actores y series importantes. Como el corresponsal de guerra Ernie Pike, dibujado en sus inicios por Hugo Pratt, quien lo creó con los rasgos de Oesterheld. Pike es un testigo que le permite al guionista contar todo tipo de historias, en las que se filtra el humanismo del autor dentro del terrible marco de la guerra. HGO se permitía invertir los vulgares tópicos narrativos habituales del género, como presentar alemanes como “buenos”. Se preocupaba por el hombre, y en este sentido, no hay para él buenos y malos en una guerra, sólo víctimas.

Y el 4 de septiembre de 1957, en el primer número de la revista Hora Cero Semanal, empieza la publicación de una de las historietas más importantes de Argentina: El Eternauta, con dibujos de Solano López. Ninguno de los dos supo entonces que le daban vida a un mito.

El héroe colectivo

En el prólogo de su primera edición, Héctor Germán Oesterheld subraya a propósito de su obra más famosa: “Siempre me fascinó la idea del Robinson Crusoe. Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López, ajena a la invasión que se viene. Ese fue el planteo. Lo demás... lo demás creció solo, como crece sola, creemos, la vida de cada día”. 

Hacia el final del relato, cuando advierte que la nevada mortal caerá sobre la tierra en nada más que cuatro años Oesterheld se pregunta: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posible evitarlo publicando todo lo que El Eternauta me contó? ¿Será posible?”

La respuesta (y posible salida de esa derrota), está precisamente en la última página de la narración, cuando ese guionista anónimo, ese observador “pasivo” se compromete con la historia y decide testimoniar los hechos futuros. Al escribir la historia que Juan Salvo relata primero y olvida después, Oesterheld, da cuenta de la única esperanza para la humanidad: apelar a la memoria desde una postura de compromiso ético y social. El acontecimiento es evocado como obligación moral. La historia es una herramienta ideológica para alterar el orden social, dado que explica el pasado para ofrecer modos de cambiar el futuro.
Lo que evidencia la gran novela de Oesterheld es que el héroe solitario fracasa y necesitará siempre de otras fuerzas sociales para cambiar la situación. Ese héroe colectivo, ese grupo humano formado por Juan Salvo, Favalli, el obrero Franco y tantos otros personajes que se unían para enfrentar la invasión, refleja el sentir más íntimo de la obra: el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el héroe individual, el héroe solo.

Aquí y ahora

El recorrido de las incidencias y proezas de Juan Salvo y sus amigos en la lucha desigual pero heroica frente a los “Manos” y los “Ellos” son, para quien quiera verlo hoy y para quienes lo verán en el futuro con más claridad aún, un pedazo doloroso de la historia argentina. En noviembre de 1976 se reeditó “El Eternauta” y –como recordó una vez José Pablo Feinmann– “pasamos del goce de esa lejana primera edición al terror de esta segunda experiencia. La nieve caía, en efecto, sobre Buenos Aires. Caía sobre todos y a todos mataba”. Compenetrado con su actividad política, Oesterheld convierte la historieta en una manifestación de sus ideas. Jugarse “aquí y ahora” permitirá resistir al poderoso enemigo. Acosado por la dictadura, terminó de escribirlo en la clandestinidad.

Oesterheld fue secuestrado el 27 de abril de 1977. Estuvo detenido en un centro clandestino ubicado en Camino de Cintura y avenida Richieri y es –junto a sus cuatro hijas– parte de los treinta mil desaparecidos que nos dejó la última dictadura militar. El mejor guionista de historietas de este bendito país fue asesinado porque soñó con una salida colectiva.

Y aunque no puedo dejar de preguntarme si habrá muerto pensando que los “Ellos” ganaban la batalla, me gusta pensar también que tenemos la posibilidad de ofrecerle un gran homenaje: rescatar aquellos valores que transmitían cada uno de sus personajes e ir “guionando” nuestro presente de tal modo que el último cuadrito de la historia no traiga otra cosa que el final feliz.