viernes, 18 de octubre de 2013

ABBA: La música que vino del frío


El estreno de «Mamma Mia!» –oh sorpresa– disparó la venta de los discos del grupo hasta la cima de los ranking de Europa. Pero eso no es todo. Mientras el musical (compuesto en su totalidad por canciones de ABBA) es un éxito de taquilla, el pop meloso nacido en Suecia es considerado por las revistas especializadas «una obra maestra indispensable». Lo que sigue son algunas cavilaciones sobre dos matrimonios sospechados –entre otras cosas– de mantener la economía sueca con sus éxitos.

UNO. No quiero mentir. La pregunta revoloteaba en mi cabeza desde el mismo momento en que mi primo me llamó por teléfono para decirme que ya tenía las entradas para «Mamma Mia!» y que me invitaba a ver la película donde Meryl Streep y Pierce “007” Brosnan cantan muchas de aquellas canciones pop de tres minutos que se nos metieron en la cabeza para siempre allá por los años ’70. Entonces pensé: ¿el maquinista tendrá la amabilidad de pasar la película para nosotros tres (mi primo, su esposa y yo) o habrá alguien más en la sala? ¿Cuántos seremos los que a plena luz del día y a la vista de todos vamos a aceptar –finalmente– que desde nuestra más tierna juventud fuimos seducidos por esas melodías pegadizas que funcionaban tan bien y que –como los buenos vampiros– todavía se mantienen jóvenes y adictivas? Para hacerla corta: la sala estaba casi llena. Y hubo muchas risas y muchos aplausos al finalizar la película. Y seguro que todos los presentes (mayoría absolutísima de cuarentones largos) nos sentimos otra vez jóvenes y con ganas de ponernos a bailar –aunque sea por última vez– «Dancing Queen».

DOS. A principios del pasado agosto la noticia dio la vuelta al mundo: debido al estreno europeo de la película en cuestión ABBA hizo historia al conseguir que su álbum «Gold» –de grandes éxitos y publicado en 1992– se convirtiese en el disco más antiguo que consiguió el número 1 de las listas británicas. La recopilación, que lleva vendidas 26 millones de copias, logró esa privilegiada posición por cuarta vez, pero se trata de la primera vez que un título lo consigue con un intervalo de 16 años. Desde su formación, ABBA ha despachado casi 400 millones de álbumes y a pesar de llevar separados décadas aún logra vender tres millones de títulos cada año. Y los críticos lo han recomendado como «Obra maestra del pop de tres minutos» e «Indispensable». ¿Cuál es el motivo? No se puede hablar de uno de esos revivals del los grupos raros o excéntricos porque ABBA siempre fue un grupo raro y excéntrico y, al mismo tiempo, misteriosamente respetable en su factura. ABBA está más cerca de Queen, de Elton John, de George Michael y de Madonna de lo que a ellos –y a sus seguidores– les gustaría reconocer. Y a propósito de Madonna, ¿no fueron acaso Agnetha y Anni-Frid las originales «chicas materiales» con su «Money, Money, Money»?

TRES. Un botón de muestra: los australianos mueren por ABBA, apenas unos milímetros por debajo de sus adorados Beatles. Basta ver películas como «El casamiento de Muriel» o «Priscilla, Reina del Desierto», para saber lo que les pasó a los australianos con el cuarteto sueco. Para ellos, ABBA es el mejor manual de autoayuda, sus canciones son terapéuticas. Para el resto de nosotros, Agnetha, Benny, Björn y Anni-Frid son lo más parecido a un Expediente X imposible de cerrar, a un mensaje en botella que nos llega desde la Dimensión Desconocida. ABBA es el Triángulo de las Bermudas musical donde todos se pierden y en el que las publicaciones especializadas más prestigiosas y poco piadosas no vacilan en afirmar que –«probablemente”– «Dancing Queen» sea la mejor canción pop de todos los tiempos. Para el especialista argentino Sergio Marchi (periodista víctima de cierta furia enciclopédica y discográfica) esa canción «es irresistible y dan ganas de cantarla a voz en cuello. Los odiaba cuando era adolescente y rockero y contestatario. Eran lo grasa. Hoy me parecen el epítome de la música pop…». Y Bono la interpretó para cerrar cada concierto del ZOO TV Tour que los muy rockeros U2 realizaron a lo largo y ancho del mundo hace algunos años.

CUATRO. Ya saben: un pianito de introducción. Tan reconocible como el riff de guitarra de «La Bamba» o de «Satisfaction» y –como en el «She loves you» de los Beatles– la astucia de empezar con un estribillo que más que un estribillo es una orden. Para muchos, para casi todos, «Dancing Queen» es la obra maestra de ABBA. Tina Turner piensa eso y, junto a ella, buena parte de los críticos musicales más feroces e impiadosos del universo. Fue estrenada para una gala televisiva el día anterior al matrimonio entre el rey Carl XVI Gustaf (no estoy loco, se escribe así, con el número en el medio) y la reina Silvia. Corría junio de 1976. Enseguida la canción era número uno en diez países, incluyendo Bolivia y Estados Unidos. En el atemporal funcionamiento a prueba de modas de «Dancing Queen» es donde reside la grandeza de ABBA. En realidad, basta escuchar la ya mencionada versión que hacían los U2 en vivo para saber que las canciones del cuarteto sueco funcionan en cualquier ambiente y para cualquier ocasión. Que –como Woody Allen en «Zelig»– se adaptan automáticamente a lo que sea a partir de sus siempre muchas, demasiadas partes, ensambladas con precisión de relojería. Por supuesto que «Dancing Queen» aparece en la película. Y cuando lo hace, sonrío. La pregunta es, ¿por qué cuernos sonrío?

CINCO. Claro, también están «Super Trouper», «Money, Money, Money», «S.O.S.», «Lay all your love on me», «Does your mother know», «Gimme! Gimme! Gimme!», «Mamma Mia», «The winner takes it all», «I have a dream», «Slipping through my fingers», «Take a chance on me», «When all is said and done»… Impresiona un poco darse cuenta de todas las canciones que uno anda canturreando por ahí sin recordar que son canciones de ABBA.

SEIS. Una vez leí unas declaraciones de Joey (aquel de los Ramones) donde el músico emblema del punk-rock afirmaba que su canción favorita llevaba un nombre fatal y derrotista: «Waterloo». Ni más ni menos que la canción con que ABBA ganó el concurso Eurovisión en 1974. ¿Y qué tiene que ver ABBA con el punk-rock?, pensé entonces y pienso ahora. También leí que tanto Pete Townshend (de los Who) como Peter Hamill (músico genial salido de Van Der Graff Generator) consideraban una canción de ABBA entre sus preferidas de todos los tiempos. ¿Se habían vuelto locos? La canción era «Knowing me, Knowing you». La primera vez que la escuché me pareció muy buena. Y al escucharla ahora (mientras escribo esta nota ABBA suena en los auriculares que tengo puestos para no molestar el sueño de los vecinos) me parece muchísimo mejor todavía. Me parece muy buena. Una de las mejores canciones divorcistas jamás escritas y cantadas. Eso de empezar con un «No más risas desinhibidas, silencio para siempre» y el brillantísimo estribillo donde se enciman varias capas de voces conforman una de las astutas constantes de ABBA: canciones de melodía feliz con letras muy tristes. Canciones para que bailen los desgraciados (ver «El casamiento de Muriel»), canciones de verano pero con nubes. La melancolía siempre detrás de la euforia. Y a la hora final –con el álbum The Visitors, oscuro canto del cisne de ABBA–, esas extrañas canciones sobre la locura y la soledad golpeando a tu puerta. Pero siempre con una sonrisa en la boca.

SIETE. Hace poco vi un documental de ABBA en un canal de cable. Películas caseras filmadas en el estudio. Inevitable compararlas con las películas caseras que los Beatles desenterraron para su Anthology. La comparación no es gratuita. Con diez años de actividad y casi treinta de desaparecidos, ABBA es –junto a los Beatles– el grupo zombie (muerto pero no del todo) con más éxitos de la historia. En vida, como los Beatles, siendo básicamente un grupo «de estudio» con fobia a las presentaciones en vivo, llegaron a las mismas alturas de furia desatada: en 1977, sus dos shows en el Royal Albert Hall de Londres –con capacidad para 5500 personas– recibió tres millones y medio de solicitudes para comprar entradas. En sus filmaciones privadas los Beatles trabajando parecen niños traviesos. ABBA, en cambio, remite a los científicos de laboratorio tratando de dar con un descubrimiento milagroso. Cuentan los que allí estuvieron que cada canción del cuarteto demoraba siete días con sus siete noches en alcanzar la perfección de la hipnosis.

OCHO. La saga de ABBA, en síntesis. Rock matrimonial. Dos parejas. Atractivo extra de telenovela para los escuchas de todo el mundo. Dos hombres que se descubren geniales componiendo a dos manos descubren a dos chicas cuya combinación de voces resulta perfecta, implacable. Una de ellas, la rubia, ya era bastante famosa antes de ABBA. La pelirroja compensó la ecuación mostrando más pierna y convirtiéndose en la favorita de los adolescentes aunque –en su momento– el trasero de la rubia creció a mito fetiche. Se aman, les va mal, más o menos y bien. Triunfan en Eurovisión ’74 y entonces les va muy bien. Se ponen ropa que convierte a la expresión “mal gusto” en algo insuficiente. Les va cada vez mejor. Filman una película (ABBA: The Movie), la séptima más vista del año 1978, el mismo año que se estrenó «Star Wars» y «Fiebre del sábado por la noche». Después ellos se enamoran de otras, se van de casa y –detalle perturbador– siguen trabajando con ellas y por el solo placer de escribirles cosas como «The winner takes it all» (El ganador se lleva todo): canciones de mujeres abandonadas para que las canten y, claro, lleguen al número uno de todos los ranking de ventas. Al final, se pelean y se separan. Se sabe: pop y pareja no hacen buenas migas. Supongo que los Wings de Paul McCartney son la excepción. Y Pimpinela, porque hacen de pareja pero son hermanos y así cualquiera.

NUEVE. ABBA se separó casi sin que nadie se diera cuenta, casi sin que ellos se dieran cuenta. Desde entonces, muchas veces se ha especulado con una posible reunión. Cuando les preguntan a Björn y a Benny (los que más exposición pública han tenido desde la ruptura y los cerebros detrás del film «Mamma Mia!») ponen cara de nada. Y lo bien que hacen. ¿Qué sentido tiene resucitar a un muerto cuyo fantasma goza de mejor salud que la que alguna vez disfrutó el sujeto vivito y coleando? Reunido y resucitado ABBA sería apenas otro de esos grandes grupos que se juntan por dinero con, para peor, dos mujeres grandes. Si ABBA se juntara, seguro que yo jamás sentiría estas inexplicables ganas de volver a oír «Knowing me, Knowing you». En mi casa y a todo volumen. Si ABBA se juntara, yo nunca me descubriría subiendo las escaleras del Plaza Oeste (la parte izquierda de mi cerebro sin entender lo que hace la derecha) para entrar al cine donde proyectaban «Mamma Mia!», justificándome a mí mismo que, después de todo, necesito ver la película para escribir esta nota.

Septiembre de 2009

jueves, 17 de octubre de 2013

TV - The Blacklist: Un tipo poco confiable


Desde que en los ’80 quiso robarle la novia a su amigo (Pretty in Pink), fue un prestamista frío y bestial (Less Than Zero), filmó a chicas para que les contaran sus perversiones (Sexo, mentiras y video) o se enfrentó a Jack Nicholson para eliminarlo y quedarse con Michelle Pfeiffer (Lobo), los personajes de James Spader no son dignos de confianza. Lascivia, manejo del poder y elocuencia es todo lo que proyecta el sujeto de rostro cerrado. También supo tomarse en sorna su physique du rôle en las series The Office y Boston Legal.

James Spader
En The Blacklist (estrenada hace tres semanas por Sony, va los miércoles a las 22 y repite los jueves a las 23 horas) esas dos facetas, la siniestra y la graciosa, están presentes. Aquí encarna a un ex agente, llamado Raymond Reddington, que durante años estuvo en el Top 10 de los más buscados por el FBI, ya que vendía su know how y data al mejor postor. En la primera escena se rinde como el asesino serial de Pecados capitales. Su oferta será la de entregar su «lista negra» de criminales y fugitivos a cambio de... Por ahora el único requerimiento de Reddington es trabajar junto a Elizabeth Keen (Megan Boone), una agente del FBI recién salida de Quantico. Y sí, suena un poco a la relación de Hannibal Lecter con Clarice Starling en «El silencio de los inocentes»... En esa línea de múltiples –y peligrosas– referencias se mueve The Blacklist.

En pocos minutos del piloto supimos cuál va a ser el argumento central de la serie. Como ya dije, uno de los fugitivos más buscados por los servicios de inteligencia norteamericanos se presenta en las oficinas centrales del FBI y se entrega voluntariamente. Este hombre, Raymond Reddington, con el magnetismo que tienen las personas que parecen controlar siempre la situación en la que se encuentran, llega con una propuesta bien jugosa para los federales: les ayudará a detener a un montón de maleantes, los peores delincuentes que hay sobre la faz del planeta, si a cambio... En fin.

Raymond llega con su Lista Negra, tan golosa, con exigencias al estilo Lecter, quid pro quo, y la primera se llama Elisabeth 'Clarice' Keen, que será la coprotagonista de la serie. Y paro de contar.

Megan Boone
Llevaba mucho sin ver a James Spader y su imagen, para mí, era la que tenía hace veinte años en las películas Stargate y Crash (no lo vi en Boston Legal y en las temporadas en las que participó en The Office), así es que encontrarlo tan mayor (lo mayor que le toca ser) y sin su cabellera rubia fue todo un shock fílmico. A los cinco minutos su personaje se había comido el recuerdo y se convertía en el principal foco de atención de The Blacklist, la razón por la que vi el segundo capítulo, y luego el tercero. La agente del FBI es Megan Boone, una actriz poco conocida que aguanta como puede el nivel de su compañero de andanzas interpretativas.

La intenciones ocultas de Reddington y el poder que ejerce sobre el siempre idealizado FBI son el primer cebo de la serie. Luego llegaremos a la histora de la agente Keen y su novio, que imaginamos relacionada de alguna manera con la trama principal. Por último, tenemos las variadas cacerías de cada episodio, que tratan de ser originales, y la verdad es que por ahora lo son. Lo mejor hasta ahora es que la trama principal y la relación entre los protagonistas es suficientemente interesante como para que ver el resto merezca la pena. El problema es que si -más adelante- esa trama principal se vuelve tediosa y se cae, ver cómo el FBI captura malechores por el bien de la humanidad no tendrá el más mínimo interés.

Spader y su personaje son el centro de atención, lo diferente en 'The Blacklist'. No parece ser mucha responsabilidad para este hombre. Veremos si los guionistas y el resto de personajes están a la altura.

Aún es pronto para saber su suerte.

sábado, 5 de octubre de 2013

¡Feliz aniversario, Beatles!

51 años de "Love Me Do"... Y como cada día, desde aquella primera vez que los escuché, me contento con experimentar esta música que mañana estará todavía mejor compuesta e interpretada que hoy. Una belleza que ya está grabada de manera indeleble en mi cuerpo, y aun así sigue conmoviéndome porque todavía hoy es, de la manera más inexplicable, inesperada.