lunes, 6 de abril de 2015

EL FRANKENSTEIN DE LA UNIVERSAL (II): Cuando segundas partes fueron buenas


Al igual que sucediera con Drácula y la Momia, la Universal decidió explotar al máximo el éxito obtenido por su primera película sobre el Monstruo y produjo otras cintas basadas en este personaje, algunas de las cuales tienen igual o mayor calidad que el primer título. Sin duda, este es el caso de “The Bride of Frankenstein”, segundo film de la saga.

La más rara de las sorpresas: una secuela superior al original, rodada cuando la asimilación por parte del público entre el Monstruo y su creador ya era total. El propio título así lo demuestra: quien debía casarse era el humanoide y no el científico que lo había creado. Dirigida por James Whale en 1935 y nuevamente con Boris Karloff como el Monstruo, es la obra maestra del director y, a mi juicio, la mejor recreación del personaje de Shelley hecha hasta hoy. Jamás se ha humanizado más al Monstruo, nunca la serie alcanzó mayor fuerza poética ni una atmósfera más delirante.

En The Bride of Frankenstein (La Novia de Frankenstein), al lado de un cada vez más atormentado Colin Clive, encontramos a un Karloff en lo mejor de su caracterización y a toda una serie de personajes secundarios particularmente atractivos, como el doctor Pretorius (interpretado por el inigualable Ernest Thesiger) o la criatura femenina que encarna Elsa Lanchester (con un peinado que pasó merecidamente a la historia del cine). La creación del personaje de Elsa Lanchester alcanza momentos sublimes y para medir la altura de su trabajo basta un solo comentario: ella será para siempre la Novia de Frankenstein. ¿Y qué decir del doctor Pretorius? Con él asistimos, sin duda, a la aparición de uno de los mejores “sabios locos” que ha dado el cine.

Whale maneja la cámara en forma irreprochable. Los personajes, los decorados, un clímax increíblemente emocionante, todos los elementos de la película confluyen en una perceptible elegancia. Bajo la mirada de Whale, el laboratorio del doctor vuelve a transformarse en un mundo bellísimo, nuevo. Y nos propone, además, una seria reflexión acerca de los misterios de la vida y de la muerte, sobre el eterno problema de la creación.

Y Frankenstein creó a la mujer...

El “final feliz” insertado por Whale en Frankenstein permitió que Colin Clive retomara su papel en la segunda parte, que empieza allí donde terminó la primera película, en el molino en llamas. El Monstruo ha caído en el estanque del molino, pero sale de él, mata al padre y a la madre de la niña a la que ahogo en el primer film y vuelve a vagar por los campos. El retorcido doctor Pretorius, pervertidor por naturaleza, empuja al atormentado doctor Frankenstein a repetir su experimento. Cuando Henry se echa atrás, Pretorius (que se ha aliado con el Monstruo) secuestra a Elizabeth (interpretada ahora por Valerie Hobson) y le chantajea para obtener su cooperación. Una vez con vida, la nueva creación del doctor rechaza los embates amorosos del Monstruo y provoca su incontenible furia destructiva.

El guión de The Bride of... recurre a la novela de Shelley en busca de inspiración para muchas de sus mejores escenas. Contra lo que suele creerse, el Monstruo de Frankenstein no es un ciego robot criminal, sino un ser que sufre por su incompleta humanidad y por el hecho de sentirse rechazado a causa de su aspecto. Esta visión del personaje proviene de la novela original y, de hecho, la idea de que el Monstruo exija una compañera también está presente en el libro, pero el Víctor Frankenstein de la novela no se atreve a dar vida a la hembra y termina despedazándola. A partir de la rebelión del Monstruo, The Bride of... da muestras de una fantasía delirante y muy superior a su antecesor. En una, por ejemplo, y recurriendo otra vez a la novela, la criatura establece una relación con un ermitaño ciego, quien cobija al Monstruo en su cabaña y éste se extasía escuchando el violín. Pura maravilla.

Whale combinó todas estas escenas con material nuevo y dio forma a su extraño cuento de hadas con sofisticación y un agudo ingenio, llevándolo poco a poco hasta un clímax (la escena de la creación de la novia) que sigue siendo una obra maestra total y absoluta de fotografía, iluminación y montaje. La secuencia de la creación de la mujer de Frankenstein es, además, mucho más espectacular que la de éste en el primer film: los aparatos mecánicos, complicados y vistosos, crean hermosos juegos de luces artificiales la noche de la tempestad.

En el film, el Monstruo de Frankenstein tiene un rol mucho más protagónico. Además, bebe vino, fuma y, aunque Karloff siempre se mostró en contra de que su personaje articulara una palabra, aprende a hablar. Claro que si lo comparamos con la discurseante criatura de Shelley (“Recuerda que soy tu criatura; debería ser tu Adán, pero me parezco más al Angel caído, al que expulsas de la alegría sin que haya hecho nada malo”), el Monstruo de Karloff tiene un lenguaje más bien tarzanesco (“Comida... ¡Buena!”).

The Bride of Frankenstein ha obtenido con toda justicia un lugar no sólo entre las grandes películas de terror, sino entre las grandes películas yanquis de todos los tiempos. El film es una de las rarezas más macabras, increíbles e ingeniosas del género, con momentos memorables como las patéticas escenas del Monstruo con el ciego o aquella donde es rechazado con un siseo lleno de odio por su Novia. Tanto es el patetismo que se desprende de ellas que uno olvida que buena parte de la película muestra al Monstruo en su faceta más irracional y sedienta de sangre.


FICHA TÉCNICA

Título original: The Bride of Frankenstein (Estados Unidos, 1935)
Producción: Carl Laemmle Jr. para Universal Pictures.
Director: James Whale. Guión: William Hurlburt y John Balderston.
Fotografía: Arthur Edeson. Maquillaje: Jack Pierce.
Duración: 70 minutos (en blanco y negro).
Intérpretes: Colin Clive (Herbert von Frankenstein), Boris Karloff (La criatura),
Valerie Hobson (Elizabeth), Elsa Lanchester (la Novia), Ernest Thesiger (Doctor Pretorius),
Dwight Frye (Fritz), O. P. Heggie (El ermitaño).

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